jueves, 16 de agosto de 2012

RIVIERA MAYA

Siempre me subo al avión con una gran emoción; como si fuera la primera vez.

Tengo la costumbre de tocar el avión antes de entrar a él, y en ese toque le dejo mi bendición y agradecimiento por ser una idea Divina puesta en acción para trasladarnos de un lugar a otro en poco tiempo.

¿Qué a dónde viajo esta vez?

El lugar elegido es importante, mas también el trayecto que se recorre para llegar ahí. Hay caminos que he recorrido una y otra vez, y siempre me maravillan y me alegran el alma. Hay caminos nuevos que quisiera que se grabaran como un tatuaje en mi corazón de tanto gozo que siento.

Dios, ¿cómo no amar esta vida llena de Bendiciones?

A dondequiera que mire hay belleza. A donde quiera que vaya hay gente amable. Abundancia por todos lados.

En este viaje de verano visitamos la zona arqueológica de Cobá, y si bien tenía alguna referencia que me había dado uno de mis hermanos, no hay nada como estar ahí uno mismo. Visitar esas construcciones de hace 1,500 años atrás, tocarlas, y hasta escalar algunas de ellas y ver la majestuosidad de la selva desde ahí es algo que hay que vivir. Caminar por sus senderos rodeados de tupida vegetación y alta humedad es algo que la piel y el alma siente.

Durante este viaje también entramos en un cenote. ¡Brrrrr, que agua tan fría!, y al mismo tiempo deliciosa. Un cenote es un ensanchamiento de una compleja red fluvial subterránea; se forman cuevas debido a la filtración del agua de lluvia, y cuando se derrumba el techo o cúpula de la cueva, algunos cenotes quedan expuestos al cielo abierto, dando paso a lugares bellísimos por sus formas y colores. Nunca había estado en un cenote, y debido a que no es del todo agradable a la sensibilidad de mi cuerpo el agua fría, dudo que vuelva a repetir la experiencia de entrar a sus aguas, más no por eso deje de visitarlos…aunque sea desde la orilla.

Quien no ha visitado la Riviera Maya les hago la invitación a que al menos lo hagan una vez, es casi una garantía de que al hacerlo regresarán: las variantes de color y temperatura de sus aguas, arena, lugares ancestrales y casi mágicos a lo largo de la Riviera relajan, enriquecen, enamoran. En una palabra, embelesan.

Que bendición a los sentidos, al alma, al corazón. Que infinito sentimiento de gratitud a Dios por todos y por todo.